La Renovación como un movimiento nacido en la Iglesia, es de la Iglesia y para la Iglesia, tiene un sello particular, marcado en la experiencia de Pentecostes, una experiencia, que cuando nos abrimos, consciente y voluntariamente a su acción regeneradora, puede hacer grandes cosas en nosotros.
cuando permitimos que sea Dios, sea el Espíritu Santo el que tome la rienda de nuestra vida puede cambiar en nosotros el corazón de piedra y darnos un corazón de carne, un corazón que siente, vive y late por Dios y por los demás.
Podemos descubrir muchas cosas en la Renovación, la oración, los cantos, la danza, los aplausos, levantar las manos, etc, pero todos eso, solo serán manifestaciones externas que no producirán ningún fruto en el corazón del hombre, si no son guiadas, conducidas y sobre todos permeadas por la acción regeneradora por el Espíritu Santo.
El bautismo en el Espíritu
Los discípulos, antes de la muerte de Cristo, ya eran cristianos, ya habían sido bautizados en agua (el bautismo de Juan), ya eran discípulos de Jesús. Sin embargo, el escándalo de la pasión de Jesús les encontró sin fuerzas, sin capacidad de resistencia y huyeron todos como unos cobardes. Jesús, después de resucitado, les dice: «No os ausentéis de Jerusalén. Esperad aquí la promesa del Padre. Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos hasta los confines de la tierra» (Hch 1,4-8). A pesar, pues, de estar con Jesús y haber vivido tres años juntos, los discípulos necesitaron un pentecostés que los hizo nuevos.
Asi surge la Renovación, recoge estos datos y los hace actuales. También en el mundo de hoy hay multitud de personas que siguen a Cristo, que han sido bautizadas y confirmadas, que se glorían incluso de esa fe, pero que no se manifiestan en ellas los frutos de ningún pentecostés. Su vida cristiana es cansaa, sin signos, guiada por la razón, incapaz de testimoniar, sin auténticos dones del Espíritu. Sin darse cuenta caen en la práctica de una religiosidad natural que aquieta sus conciencias hasta donde puede, pero no les produce una relación personal con Cristo ni les da la «parresía» para confesarle en todo momento y dejar que Él guíe sus vidas.
La Renovación, por tanto, es un precioso lugar donde Jesús vuelve a insinuar actualmente a todos los que le quieran escuchar: descubrid ahí la Promesa del Padre. Dejad que os inunde el don de Dios. Recibid mi Espíritu que les iluminará.
Por eso, el Señor realiza en ella esa efusión poderosa, tan sorprendente para todos los que la han experimentado y que constituye el punto de partida de toda la espiritualidad de la Renovación.
Es importante estar dentro de la Palabra de Dios y de la tradición de la Iglesia, pero fuera de esto no hay que caer en la tentación moderna de teorizar siempre esta experiencia y/o juzgarla antes de haberla experimentado, ya sea por lo que me hayan dicho o por algo que haya visto sin aun conocerlo a profundidad. Al contrario, hay que tomarla, vivirla y experimentarla completamente y dejar que estas nuevas vivencias nos inunden. De esta forma se darán auténticas conversiones, cambios de vida, florecimiento de carismas. Hoy día se necesita renovar más la experiencia el amor salvifico de Dios y la acción del Espíritu Santo, que el conocimiento.
En realidad son las experiencias nuevas, especialmente la que surgen de la docilidad a la acción amorosa Dios, las que conmueven, nos mueven y pueden arrastrar al mundo a una conversión plena en el Poder del Espíritu Santo. (Continuara...)
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